Fotos: Laura Marín y David Alejandro Pérez
En Arauca se cantaba el himno de Venezuela, país del que no ha podido separarlo ni un río. No era, ni si quiera, un departamento; no era Colombia, aunque fuera el principio y el fin de Colombia. Cobró importancia en el mapa del poder central cuando la Occidental Petroleum Company (la OXY), para entonces una compañía del montón en Estados Unidos, descubriera el petróleo de Caño Limón en 1983, y lograra, en 1980, un contrato de asociación para sacar “oro negro” en un millón de hectáreas que abarcaban los municipios de Tame y Arauca; también en Puerto Carreño, que hacía parte de la Comisaria del Vichada, Hato Corozal y Paz de Ariporo de la Intendencia del Casanare.
Entre 1.200 y 2.000 millones de barriles que permanecían en el subsuelo de Caño Limón, ubicado en lo que hoy es el municipio de Arauquita, ayudaron a soportar la crisis de deuda que afectaba en ese entonces al país, que, de no ser por ambiciones extranjeras, hubiera seguido ignorando el llano fronterizo.
A la intendencia sabanera llegaron más de siete mil trabajadores de todo el país. Pese a que la infraestructura social no se desarrollaba al mismo ritmo de las obras petroleras, la población pasó de 70.085 habitantes en 1985, a 110.000 personas en 1993. Los incipientes municipios vivieron un fenómeno de tugurización: proliferaron los barrios de invasión sin servicios básicos.
Tener debajo de los pies petróleo, implicó cambios culturales y sociales para una región que no conocía fronteras. También el castigo de la bota militar. Por el territorio se desplegaron contingentes que debían salvaguardar, a sangre y fuego, la explotación del hidrocarburo. Y a su vez exterminar los brotes de sindicalismo que empezaron a surgir por los atropellos de la industria y los nulos beneficios de su inesperada aparición.
Poco a poco, la fuerza pública, y la financiación petrolera, le despejaron el camino al paramilitarismo que intentó prohibir y eliminar cualquier expresión civil que significara un estorbo para los planes extractivos. El avance paraestatal, que dejó huellas que —tal vez— nunca vayan a cicatrizar, no logró doblegar al movimiento social.
Después de casi 40 años de explotación petrolera, las diferentes organizaciones sociales del departamento coinciden en que la industria no ha traído más que perjuicios ambientales y humanitarios.
Pese a ser el enclave más importante de un recurso que representa el 55% de la balanza comercial de nuestra fingida “nación”, el departamento registra una tasa de desempleo del 30%, una de las más altas del país. Incluso, según cifras dadas por el mismo gobernador, la industria petrolera solo genera tres mil empleos, mientras que el sector agropecuario, uno de los principales afectados por los mercenarios del crudo, genera más de 100.000.
Este tipo de contradicciones y deudas, salieron a flote en la Asamblea Regional por La Paz desarrollada por la Unión Sindical Obrera (USO) el 29 y 30 de junio en la ardiente capital araucana. El encuentro, al que asistieron organizaciones de diferente índole (femeninas, comunales, estudiantiles, campesinas, sindicales, entre otras), muestra, una vez más, que la paz llegará cuando se solucionen heridas estructurales que conectan el presente con el pasado.
“Existe una contradicción entre el modelo extractivo que se quiere perpetuar en nuestro territorio, y los planes de vida de las comunidades y las organizaciones”, manifestó en la Asamblea Johana Pinzón, presidenta de la Asociación Nacional Campesina José Antonio Galán Zorro (ASONALCA).
Previo a este encuentro macroregional, la USO desarrolló dos talleres preparatorios en Yopal y Villavicencio. De allí surgieron planteamientos que fueron reiterados en la Asamblea. Por ejemplo, la importancia de resolver problemáticas en torno al agua. No solo en Arauca sino en departamentos adyacentes como Meta y Casanare.
“Contemplamos el agua, y todo lo que implica su preservación, como uno de los temas fundamentales que tiene que ser parte del proceso de paz [entre el Gobierno y el ELN] y este proceso que está abanderando la USO”, aseguró Brighite Cerro, concejala de Tauramena, municipio de Casanare que en 2022, a través de una consultar popular, trató de frenar la expansión de la explotación petrolera. “Yo estoy dispuesto a sudar petróleo por el agua”, le dijo un campesino a un medio local ese año.
Además del crudo, el cultivo de palma y la deforestación que trae consigo han destruido ecosistemas claves para los ciclos hidrológicos de los departamentos. “En la región existe un limitado acceso a la tierra y el agua. Porque el agua y la tierra son para el monocultivo [de palma] y el petróleo”, complementó un joven del Meta.
Aunque no están aquí consignadas la totalidad de problemáticas mencionadas durante la Asamblea, la iniciativa de la USO pretende también incentivar consensos y propuestas para que sean los territorios quienes imaginen e implementen las urgentes soluciones que necesita la macroregión: entre ellas, la transición mineroenergética; la verdad, la memoria y los derechos humanos; el conflicto, la cultura de paz y los escenarios de post-acuerdo.
“Necesitamos una oferta educativa que nos enseñe a trabajar en industrias y labores diferentes a las del petróleo”, expresó uno de los jóvenes asistentes.
Delegados de la USO y de las organizaciones presentes convergieron en dos puntos: la importancia de lograr un escenario de unidad que pueda superar las diferencias, y permita, a diferencia de otras coyunturas, que la paz, en lugar de dividir las agendas políticas, sea la excusa y el motivo para encontrar un consenso sobre lo fundamental; y en especial, como recalcó el investigador de la USO Giovanni Rivera, recuperar lo que el conflicto armado le quitó al sindicato petrolero: ser una organización que pueda aglutinar y esperanzar movimientos con exigencias —la verdad, la tierra, la educación, incentivar y reconocer el aporte político de la mujer— que, en teoría, parecen no tener relación alguna con la lucha de los obreros del petróleo.
Justo en las tierras donde se desarrolló la segunda de cinco asambleas regionales por la paz, brotó la guerrilla liberal que comandaba Guadalupe Salcedo, la primera facción insurgente con la que el establecimiento acordó una solución política al conflicto armado.
Sin simbolismo no hay memoria, tampoco esperanza de necesarias transformaciones. El llanero es orgulloso, que no es lo mismo que ser soberbio. Orgulloso de sus atardeceres, de su arpa y sus morichales. Orgulloso de lo que ha hecho sin mínima ayuda de ese ente represivo que llaman Estado.
Arnulfo Briceño Contreras no nació silvestre en la inmensidad del llano, pero fue un hijo adoptivo que escribió el que se convirtió en el himno del Meta, ese que se cantó en el homenaje artístico que se le hizo durante la asamblea a Óscar García, reconocido sindicalista de la USO que murió hace tres años; esa poesía que dice así: “¡Ay, mi llanura! La patria entera de tu nobleza se ufana, con tu bravura caldeaste el alma de quienes todo lo dieron para verla victoriosa, digna, grande y soberana”.
Fuente:
Para leer los demás artículos del especial sobre la 3ª Asamblea Nacional por la Paz: https://periferiaprensa.com/category/especial-uso/